1 de septiembre de 2020

"Juan y la planta de habas" (2a. parte)

Continuamos con la historia de “Juan y la planta de habas” que encontramos en la antología "Mitos y cuentos tradicionales" de la colección "Edición Homenaje Cuentos de Polidoro".






Juan caminó por la carretera, anduvo horas y horas, pero no encontró ni una casa. Solo al anochecer vio una casa muy grande y se acercó y llamó a la puerta.

Una mujer salió a preguntarle qué deseaba.

-Señora ¿no tendría un rinconcito donde pueda pasar la noche este viajero cansado? -respondió Juan.

La señora lo miró de arriba abajo y exclamó

- ¿Eres un ser humano?

-Sí, señora, soy humano y soy inglés-dijo el jovencito. - Entonces, ¿cómo te atreves a acercarte? -preguntó la mujer muy sorprendida-Todo el mundo sabe que mi marido es un gigante que devora todo lo que encuentra, ya sean animales o gente. Precisamente ha salido en busca de comida, pero si te descubre en casa cuando vuelva, te matará.

“¿Un gigante? ¿Cómo será de grande un gigante? “se dijo Juan y volvió a rogar:

-Entonces, señora. ¿no tendría un rinconcito donde un viajero cansado pueda pasar la noche sin que lo descubra el gigante?

La buena mujer le permitió entrar. Lo trató muy bien y le sirvió tres tazas de té. Juan acababa de beberse la última cuando se escucharon ruidos atronadores.

- ¡Esas son las pisadas de mi marido que ya vuelve con su comida! -exclamó la señora.

Enseguida, el gigante descargó sus puños sobre la puerta.

-Ese es mi marido, que está golpeando! -dijo la mujer.

Antes de abrirle, escondió a Juan en el horno recién apagado. El gigante entró con su cena a cuestas, traía dos terneros, uno sobre cada hombro. Lo primero que hizo fue detenerse en medio de la habitación y oler hacia el norte donde estaba la ventana y hacia el sur donde estaba la alacena.

- ¡FI-FO-FON!¡Siento olor a carne humana!

Tal fue su saludo. Después olfateó hacia el este donde estaba la mesa y hacia el oeste donde estaba el horno.

- ¡Uno, dos, tres! -rugió- ¡Olor a carne de inglés!

La mujer le dijo que estaba completamente equivocado, que hacía cincuenta años que ningún inglés pisaba los alrededores ni por casualidad y que no es bueno para la digestión preocuparse antes de la cena.

El gigante se tranquilizó y se sentó a la mesa.

Juan abrió apenas la puerta del horno para espiarlo y vio con asombro que devoraba los terneros como si cada uno fuese una chuleta y que bebía un balde de vino como si fuese un vasito.

Cuando terminó de beber se acomodó mejor en la silla y le gritó a su mujer:

-Ahora trae la gallina!

La buena mujer lo obedeció corriendo y le llevó una hermosa gallina viva.

EL gigante la puso sobre la mesa y le ordenó:

-¡Gallina, quiero que pongas un huevo!

Desde su escondite, Juan vio que la gallina ponía un huevo amarillo y brillante: un huevo de oro macizo.

-Bien –dijo el gigante- ¡Ahora quiero que pongas otro!

La gallina puso otro huevo de oro legítimo.

Y así siguió. Al rato (más o menos a la media docena de huevos) al dueño de casa le entró sueño y se quedó dormido junto al fuego.

La gallina también ahuecó el ala y la esposa del gigante dormía hacía un buen rato. El único despierto era Juan, que abrió despacio, muy despacio la puerta del horno, salió sin hacer el menor ruido y se acercó a la mesa en puntas de pie. Después agarró la gallina y salió rápido como un gato.

Huyó por la carretera gris con la gallina bajo el brazo. Corrió sin detenerse ni un momento hasta que por fin encontró la punta de la planta de habas. 


CONTINUARÁ

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